Por Pedro Menchén
Revista Odisea
Marzo, 2000
Querido amigo
heterosexual, querido vecino, querido compañero de trabajo, querido sobrino,
tío o cuñado heterosexual: Aunque sé que tal vez no vas a leer esta carta,
permíteme decirte que siempre quise ser como tú. Siempre envidié la seguridad
con que te desenvolvías entre la gente, lo a gusto que parecías sentirte dentro
de tu propio cuerpo, pero, sobre todo, envidiaba tu forma de andar, tus gestos,
tu voz. Yo mismo creí ser durante cierto tiempo heterosexual y traté de imitar
tu virilidad, pues me avergonzaba de no andar con la misma gracia y la soltura
que tú, de no tener el mismo timbre de voz que tenías tú o de mover quizá las
manos un poquito más de la cuenta, cosa que por supuesto no hacías tú.
Pero después descubrí, ay, que yo no era como tú y que
nunca podría serlo. Pasé años difíciles intentando disimularlo hasta el punto
de llegar a convertirme en dos personas distintas: una, la que realmente era, y
otra, la que quería que conocieran los demás. Pero aquello no podía funcionar.
Así que un día decidí aceptarme a mí mismo sin disimular nada. Logré incluso
sentirme orgulloso de ser como era. Comprendí que el mundo no es homogéneo, que
todos somos distintos, aunque iguales, y que es posible el respeto y la
convivencia. Curiosamente, descubrí que muchos ya conocían mi secreto cuando lo
desvelé y los que no lo conocían no se alarmaron ni se inquietaron por ello.
Debo reconocer que tuve suerte de nacer en esta época. Otros no tuvieron tanta
suerte y murieron en el intento.
Ya sé que a veces te burlas de mí o que incluso me odias
o me desprecias, pero eso no me preocupa demasiado. Sé
que acabarás superando tus prejuicios y tus complejos más tarde o más temprano.
No te queda más remedio pues soy ineludible y casi inevitable. Si me respeto a
mí mismo, tú también tendrás que respetarme. Yo soy el homosexual que tú llevas
dentro, como tú eres el heterosexual que siempre quise ser. Además, estoy en la
misma familia que tú, soy sangre de tu sangre: soy tu hermano, soy tu tío o tu
sobrino, soy tu futuro hijo y quien sabe si hasta tu padre. Cada día estoy más
presente en tu vida. Tendrás que acostumbrarte a mí, como yo he tenido que
acostumbrarme a mí mismo.
No voy a decir aquí, querido amigo heterosexual, que yo
soy mejor que tú: más sensible, más alegre, más culto, más predispuesto hacia
el arte que tú, etc., etc., como a veces se suele decir. Sería una estupidez y
una mentira. Pero tampoco diré que soy peor que tú: más morboso, más vicioso, más
promiscuo o más cobarde que tú. No quiero prerrogativas ni ventajas, como
tampoco quiero cortapisas ni tabúes. Simplemente quiero enfrentarme a la vida
en las mismas condiciones que tú, ya que soy humano igual que tú.
Así que, si alguna vez te cruzas conmigo por la calle, si
alguna vez descubres que estoy a tu lado en la barra de un bar o te das cuenta
de pronto de que compartes conmigo una mesa en la oficina, no te preocupes ni
te alarmes, por favor, ya que lo mío no es contagioso, te lo prometo, pero tampoco
quiero que me mires con forzada simpatía o con condescendencia. No necesito lo
uno ni lo otro. Créeme si te digo que soy como tú en todo: me gustan las
mujeres tanto o más que a ti, aunque no vaya con ellas a la cama (mujer es mi
madre y no hay nadie a quien más quiera en el mundo), soy de izquierdas o de
derechas como tú, soy pobre o rico como tú, feo o guapo como tú, inteligente o
estúpido como tú, y me aburren o me distraen, como a ti, los mismos programas
de televisión.
E igualmente como tú, existo desde siempre. Y seguiré
existiendo mientras exista la humanidad. Eso es así y no podemos cambiarlo. Así
que es inútil que intentemos ignorarnos o rechazarnos, es inútil que sigamos
dándonos la espalda, que nos miremos como seres de otro planeta. Tenemos que
querernos y no sólo respetarnos, ya que somos amigos, vecinos, compañeros de
trabajo, hermanos, sobrinos, tíos, hijos, primos, cuñados...