BASTA DE FRIVOLIDADES, POR FAVOR (GRACIAS)

 

Por Pedro Menchén

 

Diario Levante

27 de julio de 2001

 

 

Una de mis reivindicaciones como gay es que deje de celebrarse el Día del orgullo gay. ¿Existe acaso el Día del orgullo heterosexual?. No, según creo. Pues bien, yo, como quiero la total equiparación de derechos con respecto a los heterosexuales, exijo la no celebración del día del orgullo homosexual. Ser homosexual no es para mí una vergüenza pero tampoco un orgullo. Sencillamente es una manera de ser. Y si creo que no debe ocultarse dicha manera de ser (jamás estuve en el armario), también creo que no debería hacerse ostentación frívola de ella. Pues ese evento, esa celebración, ese desfile o lo que sea de locas emplumadas, de bellos cuerpos desnudos, de simpáticos exhibicionistas montados en carrozas, etc., me parece un espectáculo ridículo y lamentable, algo que a los homosexuales en general nos hace más mal que bien.

Nosotros, los homosexuales, somos ciudadanos exactamente iguales que los heterosexuales. No somos una raza distinta. Nuestra única diferencia con respecto a ellos es que nos gustan las personas de nuestro mismo sexo, no las personas del sexo contrario. Eso es lo único que nos diferencia con respecto a los heterosexuales. Nada más, pero tampoco nada menos. Tener un gusto sexual determinado es algo íntimo y personal, como lo es la ideología política, la creencia en una religión o la preferencia por cualquier tipo de alimentos (hay a quien le gusta el pescado y hay a quien le gusta la carne, etc.). Es decir, que nuestro gusto sexual no tiene por qué implicar un comportamiento distinto en la forma ni en el modo de nuestra actitud como ciudadanos.

No veo, pues, por qué, si somos seres idénticos, debemos convertir cada manifestación o cada reivindicación de nuestros derechos en una bufonada. Si aspiramos a la total equiparación de derechos con respecto a los heterosexuales, deberíamos aspirar también a la total normalización de nuestras actitudes. Los homosexuales no somos más graciosos, más guapos, más cultos, más interesantes o más frívolos que los heterosexuales. Los homosexuales no somos monos de feria, no somos payasos, para que en cada manifestación tengamos que montar un circo.

Si hay que manifestarse para reivindicar algún derecho, manifestémonos (pero no ese dichoso día, sino cualquier otro, cuando haya un motivo concreto), como ciudadanos que somos, llevando una pancarta como la llevan los demás colectivos en sus manifestaciones, pero con sencillez y naturalidad; es decir, con nuestra ropa habitual, sin estridencias, sin esperpentos de ningún tipo, como personas serias, dignas y responsables que somos, o que deberíamos ser.

Así que basta ya de celebrar ese tipo de eventos que muchos utilizan como excusa para hacer exhibicionismo barato de erotismo y de frivolidad. Montar el número no nos favorece en nada. Al contrario: nos perjudica. En otro tiempo tal vez eran necesario, pero no hoy. La verdadera lucha la tenemos que llevar a cabo los homosexuales en la vida cotidiana mostrándonos tal cual somos, por supuesto, sin ocultar ante nadie nuestra manera de ser, hasta conseguir que nuestra opción sexual sea aceptada por la sociedad con la misma naturalidad con que se acepta hoy que una persona sea creyente o atea, por ejemplo. Es una lucha a la que tendremos que enfrentarnos cotidianamente, uno a uno, en solitario. Pero sintiéndonos amparados por la Ley y la Constitución, y también por tantos y tantos heterosexuales (la inmensa mayoría) que sienten respeto y simpatía por nosotros. ¿Pues cómo no habría de ser así, si estamos por todas partes, si no hay unidad familiar donde no exista un homosexual, dentro o fuera del armario? Todos los homosexuales tenemos hermanos, primos, amigos y vecinos heterosexuales que saben cómo somos (aunque nosotros pensemos que no) y que nos respetan y nos aceptan mucho más de lo que imaginamos. La sociedad en general ha perdido los prejuicios y los complejos. Ahora sólo falta que los homosexuales también perdamos los prejuicios y los complejos y dejemos de vernos a nosotros mismos como seres diferentes, atípicos, especiales.

Porque para que los demás nos respeten, primero tendríamos que empezar a respetarnos a nosotros mismos. Es decir, tendríamos que dejar de hacer el indio y de dar la nota a propósito de cualquier tipo de evento. Tendríamos que asumir el hecho de que somos ciudadanos corrientes, no pájaros raros de exótico plumaje. Y un modo de lograr la normalización de la vida homosexual en la sociedad sería, a mi juicio, dejar de celebrar el Día del orgullo gay.