CINCO MENTIRAS Y UNA PUÑALADA TRAPERA (Carta abierta a Luis Antonio de Villena) Por Pedro Menchén La Bolsa de Pipas, nº 77 Palma de Mallorca Abril-Junio de 2010 [Por motivos de despacio, La Bolsa de Pipas publicó una versión abreviada de este texto. Se presenta aquí la versión completa]: Estimado amigo: Hace unos días, navegando por la red, me encontré por casualidad con un artículo tuyo, publicado en El Mundo, en el que hablabas sobre mí. Ingenuo como soy, me sentí halagado de que alguien de tu categoría se ocupase de mi modesta obra literaria en un medio nacional. “Gays y literatura”, rezaba el título del artículo. Vaya, lo de siempre, pensé decepcionado. Releí la fecha, el 29 de junio de 2005 (¡cinco años casi hacía ya de su publicación!), y comprendí, sin más, que se trataba de uno de esos artículos rutinarios que los periódicos os encargan a los escritores gays mediáticos sobre el Día del Orgullo Gay. “Junto a la masiva traducción de novelas inglesas y norteamericanas de tema gay (véase la lista editorial de Egales) algunos españoles, como Pedro Menchén, han entrado ya con buen pie en algo que parecía imposible no ha mucho: novelas gays de consumo”. ¡Menudo elogio!, pensé un tanto confuso. ¿Quiere decir acaso que he alcanzado el reconocimiento, el éxito? ¡Vaya! ¡Y yo sin saberlo! Qué amable Villena al decir eso de mí, aunque no sea cierto en absoluto. No acababa de asimilar muy bien lo de que yo era un escritor de “novelas gays de consumo”, pero seguí leyendo: “Novelas, en general, muy bien narradas, pero cuyo principal aliciente –para ese público que aún pide poco más en la escala literaria– es grata narratividad y un argumento claramente gay o lésbico, en el que no falte (difuminado al fondo) un toque pedagógico y aun un consejo implícito sobre cómo solucionar tu vida”. Esto me dejó aún más confuso. De algún modo me equiparabas con ciertos escritores moralistas decimonónicos, solo que con la etiqueta gay. ¡Un autor “pedagógico” nada menos!, alguien que pretende cumplir una tarea social transmitiendo algún mensaje o algún “consejo” en sus libros. ¡Pero si yo he sido siempre exactamente todo lo contrario!, me dije con estupor, si yo he sido toda mi vida uno de esos escritores marginales, amorales (por no decir inmorales), outsiders de vocación, nihilistas, existencialistas en lo filosófico, uno de esos autores que rehuyen por principio dar cualquier tipo de mensaje en sus obras. Pero rebobinemos, me dije, releamos de nuevo el artículo, hagamos abstracción de todo y empecemos desde el principio a ver si consigo aclararme. Releí varias veces tu artículo, medité seriamente sobre cada una de sus palabras y seguía sin entenderlo; o mejor dicho: lo entendía demasiado bien. Y siempre entendía exactamente lo mismo. No, ya no podía seguir engañándome. El artículo decía lo que decía y no había vuelta de hoja. El supuesto elogio se había convertido en ofensa (o mejor dicho, en afrenta) y el único propósito de aquel texto (lo comprendí de pronto) no era otro que el de insultarme, humillarme. Pero ¿por qué?, me pregunté desconcertado, ¿qué le he hecho yo a ese tipo? ¿Por qué dice todas esas mentiras sobre mí? Pero no acababa ahí la cosa. Aún faltaba la puntilla, el toque de gracia con el que rematarme: “Naturalmente que la gran literatura va más lejos (nadie sueña con El código Da Vinci como ideal)”, proseguías en tu artículo, “pero esa etapa del tema gay como realidad y señuelo era –es– inevitable”. Al parecer, ni siquiera le concedías a mis libros el don de ser literatura o de pertenecer a “la gran literatura”, lastrados por su condición de basura comercial gay, ¿o no es eso lo que querías decir? Pero vayamos por partes. Analicemos una a una tus aseveraciones. O, mejor dicho, tus mentiras, todas las mentiras que dices sobre mí. La primera de ellas es tu afirmación de que he “entrado ya con buen pie en algo que parecía imposible no ha mucho...” Esa frase parece indicar que yo he conseguido triunfar como escritor, que soy una especie de best-seller o algo así, lo cual, como muy bien sabes, no es cierto. Yo no he entrado con buen pie en ningún sitio, ni tampoco con mal pie. Sencillamente no he entrado. Estoy fuera. Tu afirmación es una completa falacia y tú lo sabes. ¿Por qué, entonces, la dices? ¿Para halagarme? ¿Para confundirme? (admito que al principio casi lo conseguiste) ¿Para contrarrestar la andanada de insultos que me lanzarías después? Eso sólo tú lo sabes. La segunda mentira (que más que mentira para mí es un libelo), es tu afirmación de que soy un autor de “novelas gays de consumo”. Pero ¿qué se entiende por una “novela de consumo”, gay o no gay? Supongo que una novela de consumo es aquélla (y valga la redundancia) que se consume mucho; es decir, que se vende mucho. No obstante, como ya he dicho antes y como sabe todo el mundo, yo no soy ningún best-seller. ¿Cómo puedo ser un autor de novelas de consumo si mis novelas no se consumen; es decir, si no se venden a la velocidad que requeriría el apelativo? Ah, pero quizá lo que tú querías decir es que escribo novelas con una fórmula preparada, ensayada industrialmente para el éxito, la fórmula del folletín barato que seduce tanto a las masas; o sea, a esa clase de lectores acríticos e iletrados a los que gusta cualquier cosa que les entretenga (como, por ejemplo, El Código Da Vinci), ¿no es eso? Sí, creo que es eso lo que querías decir: que escribo libros sin pretensiones artísticas, siguiendo una fórmula aliteraria, industrial, con la única pretensión de vender muchos ejemplares (otra cosa es que lo consiga), libros además con la etiqueta gay, gay en un sentido peyorativo, claro, sin la calidad, sin los valores artísticos de tus propios libros gays. Pues hay gays y gays, clases y clases, escritores y escribidores, y no se puede confundir a unos con otros, ¿verdad?, y tú, por supuesto, perteneces a la élite de los elegidos, a la más egregia aristocracia del saber, esa aristocracia, ay, que desprecia todo lo que sea “de consumo”. Y una vez concretado qué se entiende por una “novela de consumo”, me gustaría saber qué tengo yo que ver con todo eso. O, mejor dicho: en qué te basas para colocarme a mí la etiqueta de autor de “novelas gays de consumo”. Yo puedo ser mejor o peor escritor, pero nunca he utilizado ninguna fórmula literaria o industrial con el propósito de vender más libros. Escribo simplemente lo que me apetece y como me apetece. En segundo lugar, y aunque tú no lo creas, tengo voluntad de estilo. Sí, lo has oído bien. Yo también quiero hacer literatura, quiero hacer arte con la palabra, quiero que mi literatura sea buena, de la grande. No sé si lo consigo, pero al menos lo intento. En tercer lugar, dedico muchísimo tiempo a mis libros, al contrario de lo que harían los supuestos autores de consumo. El primero que escribí, ¿Alguien es capaz de escuchar a un hombre completamente desnudo que entra a medianoche por una ventana de su casa?, por ejemplo, ¡me costó nada menos que diez años de trabajo y sólo tenía 160 páginas! Una playa muy lejana, mi primera novela con personajes gays, seis años. Y no cuento el año que dediqué a planear su argumento con objeto de creérmelo primero yo mismo antes de hacérselo creer a los lectores. Debió de ser el poder de convicción de esa novela lo que te llevó a calificarla en otro artículo de literatura “testimonial”. Yo, que nunca he presenciado violencia de ningún tipo, resulta que doy testimonio (autobiográfico querrás decir) de violencia física, malos tratos ¡y hasta de un crimen! Pensaba que sabrías distinguir la ficción de la realidad. Labios ensangrentados me tuvo ocupado unos catorce años, desde que lo empecé en 1987 hasta que lo di a la imprenta en 2002, después de escribir y reescribir una y mil veces cada una de sus páginas. Escrito en el agua (aún inédito y en fase de reescrituras), cinco años. Y así todos mis libros. De hecho, puedo decir que he destruido muchas más páginas que he publicado. Desde que empecé a escribir narrativa en los setenta del siglo pasado he publicado sólo 6 libros. Y si no he publicado más es porque no tengo nada más; es decir, nada más preparado para la imprenta. Sin embargo, durante el mismo período de tiempo, tú has publicado exactamente 89 libros (me he tomado la molestia de contarlos). Es decir, por cada libro mío tú has publicado 15. Tu media aproximada es de unos 3 libros al año, uno cada cuatro meses (aparte de los artículos que publicas diariamente en la prensa). Me asombra tu ritmo de producción, ¡y aún así, yo soy el autor de novelas de consumo, no tú! Es cierto que de seis libros que he publicado, tres son historias con personajes gays, pero ¿acaso no tratas tú en casi todos tus libros el tema gay? “¡Oh!, sí”, me dirás, “pero mis libros pertenecen a la Gran Literatura, mientras que los tuyos son basura”. Y pudiera ser, quién sabe. A fin de cuentas, el esfuerzo empleado en una obra no garantiza la calidad de la misma. Verdaderamente, uno puede escribir muy despacio y muy mal o muy deprisa y muy bien. Tercera mentira. La más zafia y evidente. La que salta a la vista hasta para el más inepto de los lectores. La que tú, Luis Antonio de Villena, por supuesto, ni si quiera te crees cuando afirmas que escribo novelas en las que no falta “un toque pedagógico y aun un consejo implícito sobre cómo solucionar tu vida”. Sí, ya sé que hablas de un modo general sobre los autores de “novelas gays de consumo”, pero da la casualidad de que soy el único autor que nombras en tu artículo, por lo que, como es lógico, soy yo el único que puede darse por aludido. Lo que me sorprende es que no te atrevieras a nombrar a otros escritores gays españoles más famosos que yo, susceptibles de parecer, ellos sí, autores de “novelas gays de consumo”. Deduzco por tanto (y perdona si soy tan malpensado) que no querías enemistarte con nadie de tu nivel, con nadie de la élite literaria a la que perteneces. Lo fácil, lo cómodo, lo elegante (tú siempre has sido muy elegante), era atacar a un escritor débil, sin ningún poder mediático como yo, ya que, en caso de atacar a alguno de tus iguales, no estabas seguro de no recibir en la refriega alguna herida de sangre. No, nada de eso, te dijiste. Qué va. Yo no voy a correr ningún riesgo. Los enemigos con poder pueden hacerme mucho daño y yo no quiero que nadie me haga daño a mí. Así que pisotearé al débil, machacaré a este pobre hombre insignificante que nada me ha hecho, un escritor que está fuera del sistema y que no consigue levantar cabeza, pero al que desprecio porque es humilde y sencillo y modesto ¡y su dignidad me ofende! Es la víctima perfecta. Le puedo dar sin que me devuelva el golpe. Vayamos por él. Además, de vez en cuando me gusta hacer daño a alguien, despreciar a alguien, humillar a alguien. Tengo que hacerlo si quiero reafirmar mi autoridad como icono gay. Pues me gustaría saber dónde, cómo, cuándo he ejercido yo de pedagogo, dónde, cómo y cuándo he tratado de dar consejos implícitos o no implícitos a nadie, dónde, cómo y cuándo he pretendido solucionar la vida de los gays o de los no gays en mis libros. Por favor, Luis Antonio de Villena, te lo pido solemnemente, dime dónde, cómo y cuándo. ¡Te lo ruego, respóndeme! No, no vas a responder. Sé que no vas a responder. No puedes responder porque tal afirmación es simple y llanamente falsa. Una mentira de juzgado de guardia. Y esa mentira, aunque me fastidia porque me obliga a escribir esta larga carta para defenderme de tus maledicencias cuando podría dedicar mi tiempo a cosas mejores, es a ti a quien te deshonra y te degrada porque pone de manifiesto tu falta de honestidad intelectual. Otra vez procura calcular mejor hacia dónde disparas cuando necesites reafirmar tu autoridad como icono gay. Pero veamos el argumento de mis libros o más concretamente el de esas tres novelas de la Trilogía del amor oscuro, que es a las que pareces referirte cuando aseguras que no falta en ellas “un toque pedagógico y aun un consejo implícito sobre cómo solucionar tu vida”. Es absurdo e improcedente que yo tenga que explicar aquí con detalle los argumentos de mis libros para desmentir que hay algo moralista o pedagógico en ellos, pero la mendacidad de tus palabras me ha puesto en la tesitura de tener que demostrar mi inocencia: Una playa muy lejana plantea la relación entre Eduardo, un hombre adulto de clase media, y Tino, una especie de prostituto, un oportunista de oscuro pasado. Eduardo comete la locura de dejar su cómoda vida en Madrid para instalarse en Benidorm con él. Poco a poco el chico va tomando el control sobre su vida hasta convertirle en su siervo. La situación es tan humillante y violenta que Eduardo no encuentra otra opción que la de salir huyendo y regresar a Madrid. Tino le sigue hasta allí y Eduardo, ante la imposibilidad de quitárselo de encima, planea su asesinato y lo ejecuta con total impunidad. Esa historia plantea el amor a la persona equivocada en una situación límite. Es un psicodrama claustrofóbico donde se describe la evolución de los sentimientos, desde el amor más ciego e irracional hasta el odio, el deseo de venganza, el masoquismo, etc. Carece de cualquier pretensión moralista ya que Eduardo queda impune después de cometer su crimen y ni siquiera se arrepiente de nada. Y lo que es más paradójico: a pesar de haber sufrido tanto, ¡aún sigue echando de menos a Tino! Me gustaría, por tanto, Luis Antonio de Villena, que me dijeras si es eso un consejo para que los gays solucionen su vida o si no lo es, más bien, para que se dejen arrastrar por la pasión más irracional, cometan un montón de estupideces y acaben con sus huesos en el manicomio o en la cárcel. Te espero en Casablanca describe, en su primera parte, el turismo sexual en Marruecos y, en la segunda, la relación de un español con un inmigrante marroquí, del que acaba enamorándose, por sorpresa, en el último momento. ¿Hacer turismo sexual es pedagógico? ¿Y meterte en un montón de líos por ayudar a un pobre inmigrante que se queda tirado en la calle, recogerlo y llevarlo a tu casa porque no tiene dónde dormir, es un modo de decirle a los gays cómo “solucionar” su vida? ¡Ah!, dirás, pero tratar el turismo sexual gay en Marruecos y abordar los problemas humanos de la inmigración en España son asuntos muy comerciales, muy vulgares, propios de las novelas de consumo. Mis temas son más exquisitos. Yo escribo sobre Lord Byron, sobre Oscar Wilde, sobre Caravaggio... Esos son los personajes que interesan a la Gran Literatura. ¡Sí, claro!, responderé yo anonadado, ¡creo que en eso tendré que darte la razón! ¿Y acaso no tratas de transmitir en esa novela un mensaje de tolerancia hacia las otras razas, hacia la convivencia interracial?, insistirás envalentonado, ¿no es eso acaso un mensaje implícito? ¡Sí, sí, claro, en eso también te doy la razón! Pero veamos, lo mismo todo esto es un malentendido y el libro al que tú te referías era Y no vuelvas más por aquí. Debe de ser eso, pues cuando escribiste tu artículo esa novela era todavía novedad en las librerías y tú la acababas de leer, según me dijiste en un e-mail. Y no vuelvas más por aquí es un divertimento, un thriller en forma de cuento de Navidad (o un cuento de Navidad en forma de thriller), una historia con algunos toques fantasiosos, pero es que así son los divertimentos. Y así son los thrillers y los cuentos de Navidad. Paralelamente, también es una historia de amor, una historia de rupturas, desencuentros y reconciliaciones. Los dramas sentimentales de las otras novelas me habían dejado un poco exhausto y necesitaba un cambio. De pronto quería experimentar con la intriga, con la acción, con el humor, sobre todo con el humor. Cada nuevo libro es para mí un reto y yo necesitaba variar de género y de fórmula literaria. Me apetecía escribir un thriller, pero también un cuento de Navidad, y me dije ¿por qué no refundir ambos géneros en uno solo a ver qué sale de todo ello? ¡Y si metemos ahí a un sicario colombiano y a un gay, no veas! Y más aún: ¿por qué no utilizar, en pequeñas dosis, el viejo truco de Joyce de la vez interior? El resultado fue Y no vuelvas más por aquí. Lo siento, querido, tendrás que perdonarme, pero los divertimentos no contienen mensajes ni consejos ni propósitos didácticos. Los divertimentos son frívolos per se (y tú lo sabes). Son literatura pura. Como la poesía pura o como el cine de la nouvelle vague francesa. Un despropósito. Arte puro, pero sin pies ni cabeza. El autor se lanza de lleno a la orgía de la creación y escribe por escribir, sin saber siquiera hacia dónde le llevan sus palabras, aunque, en el fondo, todo ello tiene un objeto: divertirse él mismo y divertir al lector. No hay nada más. En esa novela no se podría encontrar un mensaje, un consejo o una pretensión didáctica ni aunque investigara cada palabra un equipo del FBI con los más modernos sistemas de la criminología forense. Y no voy a destripar aquí mi divertimento contando el argumento. Pero un ejemplo me bastará para corroborar lo que digo: el personaje principal de esa novela, como sabe cualquiera que la haya leído, no para de tomar decisiones temerarias que ponen en riesgo su vida. De hecho, salva ésta de puro milagro en más de una ocasión, como es habitual en los thrillers. ¿Es eso didáctico? ¿Comportarse de modo irresponsable ayudando a un sicario colombiano que es perseguido por las mafias y meterte tú mismo en todo tipo de líos innecesarios es una manera de decirle a los demás cómo “solucionar” su vida? Vaya, creo que no. Entonces déjame pensarlo. ¿Te referías, quizá, a alguno de mis otros libros? A veces se producen esas confusiones intertextuales: sin darnos cuenta, mezclamos unos libros con otros, unos autores con otros. Pero es que en mis otros libros prácticamente sólo hablo del absurdo de la vida, de la contingencia, del azar, de lo imprevisibles que pueden ser las relaciones humanas, de la angustia existencial y demás zarandajas. No, querido, me temo que no. Tú sabes tan bien como yo que en mis libros no hay ningún mensaje, ningún consejo de tipo práctico. Como sabes también que no soy ningún autor de consumo. Ningún oportunista, ningún arribista de tres al cuarto, uno de esos individuos sin escrúpulos decidido a triunfar a cualquier precio. No. Sabes perfectamente que yo no soy de esos. Sabes que soy modesto, sí, pero honesto. No obstante, has arrojado toda esa mierda sobre mí y me gustaría saber por qué. Podría excusarte si, después de todo, resultase que no has leído mis libros, que ni siquiera sabías de lo que hablabas cuando hablabas de mí. No sería la primera vez que alguien escribe sobre libros que no ha leído, ¿verdad? Pero no es éste el caso. Yo sé que tú has leído mis libros, y no uno ni dos, sino todos mis libros (a fin de cuentas, no son tantos), me lo has confirmado tú mismo varias veces. Así, pues, ¿por qué mientes sabiendo que mientes? ¿Porque te caigo mal? ¿Por pura maldad? ¿Por temor a que con mi supuesto éxito pueda menoscabar tu condición de icono gay? (y a qué tanto miedo, ya ves que desde 2005 aún no he publicado un nuevo libro, mientras que tú has publicado… déjame verlo: ¡15!, sin contar 5 con prólogos a antologías de otros autores en cuyas portadas también figura tu nombre). Si hubieras dicho simplemente que escribo mal o que no te gusta mi literatura, yo no estaría aquí pidiéndote explicaciones. Son cosas sobre las que uno nada puede objetar. Pero es que has dicho algo tan absurdo como que soy un escritor de “novelas gays de consumo” y algo tan carente de fundamento y tan malintencionado como que en mis novelas no falta “un toque pedagógico y aun un consejo implícito sobre cómo solucionar” la vida de los gays. Frívolamente, sin pruebas, has hecho unos juicios de valor completamente falsos sobre mi obra literaria a sabiendas de que son falsos, y eso es más que deshonestidad intelectual, es prevaricación intelectual. “Pero esa etapa del tema gay como realidad y señuelo era –es– inevitable”, concluyes en tu artículo con cierto tono de condescendencia. Vamos, que me perdonas la vida por ser un escritor oportunista, sin perspectiva histórica, incapaz de trascender lo anecdótico de lo verdaderamente importante, por aprovecharme de lo gay de un modo espurio, ahora que lo gay está (o estuvo) de moda en España o algo así. Es cierto que en algunos de mis libros hay personajes gays pero eso no quiere decir que el argumento de tales libros sea el “tema gay”. Si algo caracteriza a mis personajes gays es su desinhibición y su falta de complejos. Ninguno de ellos está en el armario, ninguno se siente traumatizado o tienen dificultades en sus relaciones con los heterosexuales por el hecho de ser gay. Ninguno está obsesionado con el sexo ni frecuenta apenas los ambientes gays. Tal vez porque yo mismo vivo rodeado de heterosexuales y nunca he tenido ningún problema con ellos, el caso es que jamás se me ha ocurrido plantear en mis novelas lo que podríamos llamar “la cuestión gay”. Ni siquiera entro a analizar la tendencia sexual de mis personajes. Y los gays precisamente se mueven dentro del argumento con la misma naturalidad que los heterosexuales. Lo gay en mis novelas es exactamente lo mismo que lo hetero en las novelas de los escritores heteros; es decir: nada, un no tema. Cualquiera que lea esos libros míos con personajes gays puede comprobar que los asuntos que a mí me preocupan son la soledad, la búsqueda infructuosa del amor y de la felicidad, la compasión, la violencia, el masoquismo, la convivencia interracial o incluso el turismo sexual (y no digo “turismo sexual gay” porque no decimos tampoco “turismo sexual heterosexual”); es decir, temas universales, temas con los que se puede identificar cualquiera, sea hombre o mujer, al margen de su tendencia sexual. Siempre tuve muy claro que no quería se víctima de esa etapa frívola y coyuntural de la que hablas. Si he escrito tan poco o si he publicado tan poco, ha sido porque no quería hacer nada prescindible, nada superfluo. Sin embargo, tú mismo has escrito un montón de libros, y no digo ya ensayos, sino ficción, narrativa, sobre el tema gay, libros en los que el argumento, la historia, el asunto se centra única y exclusivamente en la homosexualidad de los personajes. A decir verdad, toda tu obra está enfocada hacia “el tema gay como realidad y señuelo”. Me resulta, pues, intolerable que, habiendo escrito tú mismo tantas mariconadas, tantas chorradas gays, me acuses a mí de utilizar “el tema gay” de manera espuria. Es sorprendente que, mientras todo el mundo insiste en quitarle a mis libros la etiqueta de “literatura gay” para resaltar su carácter abierto y universal, tú te empeñes en colocársela como si fuera un baldón, con expreso afán vejatorio. Pero veamos brevemente la opinión de otras personas sobre ese asunto: “Y si ésta no es una ‘novela sobre viajes', también podemos permitirnos decir que no es una ‘novela gay'” (Borja Bas, sobre Te espero en Casablanca, en Shangay Express); “El protagonista de Una playa muy lejana vive una relación de amor loco, de pasión desbordada, cuyo objetivo es otro hombre, pero lo importante de la historia es la forma en que comienza, se desarrolla y termina esa relación amorosa y no el sexo de las personas que en ella intervienen” (Tomás Rubial, en el Diario de Pontevedra); “En fin, un libro que creo que es algo más que una novela gay” (Emilio Valadé del Río, sobre Te espero en Casablanca, en Mensual); “Debería superar las fronteras del circuito gay una obra que no habla sino de sentimientos” (Román Piña, sobre Te espero en Casablanca, en El Cultural); “Un escritor que se resiste, con razón, a ser encasillado en los territorios limitados de la literatura gay” (María García-Lliberós, en Levante). “Sin duda, Menchén es un escritor a seguir muy de cerca dentro del panorama literario patrio, sin prestar atención a la socorrida etiqueta de literatura gay” (Marcos Alonso, sobre Y no vuelvas más por aquí, en Shangay Express). Y así, tantos y tantos ejemplos. Entonces, ¿cómo es que todo el mundo ha visto la evidencia, excepto tú? No será que… Sí, claro, es eso: ¡Mientes! ¡Mientes con alevosía y cinismo! Vaya, eres un chico muy malo. Y eso que parecías una mosquita muerta. Ésta es tu cuarta mentira. ¡Y aún tengo que hablar de la quinta, la más abyecta y asquerosa! Pero esto se ha alargado demasiado y, como en los juicios, propongo un pequeño descanso. Seguiremos otro día. Hace poco, un amigo mío al que le di a leer tu artículo, me dijo: “Te tiene envidia”. “¡No puede ser!”, exclamé incrédulo. “¡Eso es ridículo! ¿Cómo va a tenerme envidia a mí Luis Antonio de Villena? ¡Él lo tiene todo y yo no tengo nada!” Mi amigo dejó escapar un suspiro y dijo: “Sí, es verdad. Pero hay personas que son así de mezquinas”. No, yo no creo que tú seas tan mezquino. Sin embargo, fue entonces cuando pensé en el icono. Ya sabes a qué me refiero, a ese icono de Supergay de las Españas, de Marica Oficial del Reino o lo que sea, que con tanto orgullo ostentas. Pues, querido, no te preocupes porque yo no voy a quitarte el puto icono (vaya, lo siento, empiezo a ponerme vulgar). Ese icono es para ti. Te lo has ganado a pulso y te lo mereces. Yo me quedaré con el icono del perdedor. Creo que me sienta mejor y hasta me gusta más. ---------------------