AUTOCOMPLACENCIA
Por Pedro Menchén
Revista Odisea
Enero, 2002
Uno de los
vicios en que suelen caer todos los grupos y colectivos que durante largo
tiempo fueron víctimas del ostracismo y la persecución es la autocomplacencia.
¿Y qué es autocomplacencia sino la falta de sentido autocrítico? Y si no hay
sentido autocrítico, si no hay debate creativo de ideas (ya sea con uno mismo o
con los demás), es porque se ha instituido un pensamiento único que nadie se
atreve a cuestionar. Del pensamiento único a la dictadura sólo hay un paso.
Pero de la dictadura a la intolerancia no hay ningún paso. Son una misma y
única cosa.
Yo tengo la sensación de que el
mundo gay español vive actualmente sumido en la autocomplacencia. Al margen de
la tradicional lista de reivindicaciones, no veo que haya un debate serio sobre
muchas cosas que nos conciernen. Los gays españoles, en general, o eso es lo
que me parece, viven sumidos en el victimismo, en el narcisismo o incluso, a
veces, en el folclorismo. No se detecta el menor afán de autocrítica. Nada que
induzca a tomar conciencia de nuestra realidad como ciudadanos para mejorar o
para corregir vicios de comportamiento ya obsoletos o clichés estereotipados.
Y
tengo también la sensación de que existe ya en España un oficialismo gay, una
línea oficial sobre lo gay, una actitud políticamente correcta sobre lo que es
o lo que debe ser la homosexualidad instituida por los propios homosexuales, en
la que no se aceptan ni se permiten disidencias. Si se producen, aunque
tímidas, éstas son atacadas virulentamente. Aquí sólo se puede decir lo que a
los gays les gusta oír (o lo que se supone que les gusta oír), generalmente
frivolidades. Pero, aun cuando tal oficialismo gay respondiera al criterio de
la mayoría (cosa que dudo), se supone que habría que
respetar también las opiniones y las ideas de las minorías, como sucede en toda
democracia, y no es así. No lo es en absoluto.
Pondré
algún ejemplo. A nadie se le tolera que esté en contra del día del orgullo gay.
Lo políticamente correcto, según el oficialismo gay, es estar a favor. Si
alguien se opone (como hizo un escritor famoso hace poco), enseguida es
insultado y anatemizado. No se escuchan sus razones. No se crea un debate de
ideas, sino que se lanzan insidias sobre su persona, sobre su supuesta
permanencia en el armario, para intentar deslegitimarle.
Otra
tendencia muy habitual del oficialismo gay es la de no tolerar la ambigüedad
sexual de aquellas personas que no son o no quieren declararse públicamente
gays. A esas personas se las persigue con saña, se las acosa constantemente con
rumores y maledicencias. Pero ¿por qué una persona tiene que declararse
públicamente gay si no lo es (aun cuando tuviera alguna experiencia homosexual
en el pasado) o no quiere que se sepa, a pesar de serlo? ¿Por qué no se respeta
el derecho a la intimidad de esas personas? Yo no he oído todavía a ningún gay,
en ningún medio, expresar su protesta por tales atropellos a la intimidad
ajena. No debe ser políticamente correcto.
Nosotros,
que hemos sufrido tantas vejaciones, tantos ultrajes y tantos escarnios en el
pasado, deberíamos haber aprendido la lección y ser ahora un poco más
comprensivos y respetuosos con los que no piensan como
nosotros o no son como nosotros. El colectivo al que pertenecemos es una minoría
dentro de la sociedad (no podemos olvidarlo), pero, aún así, parece que no nos
gusten nuestras propias minorías.
Tendríamos
que hablar y razonar muy seriamente sobre nuestros derechos, pero también sobre
nuestros deberes; sobre nuestras reivindicaciones, pero también sobre nuestras
obligaciones. Deberíamos dejar de mirarnos el ombligo de una vez y de
regodearnos en la autocomplacencia. El mundo es diverso, la realidad es
heterogénea y ni siquiera hay dos homosexuales iguales, ya que cada homosexual
inventa su propia homosexualidad.
Suscribo
y apoyo todas las reivindicaciones de los homosexuales de este país, como no
puede ser de otro modo. Me parece justo y necesario alcanzar la igualdad
absoluta con respecto a los heterosexuales. Una sociedad cualquiera nunca será
realmente democrática mientras no asuma los derechos de los homosexuales. Sin
embargo, disiento de algunos planteamientos y de algunas actitudes que me
parecen poco serias. Puedo entender que el narcisismo y la autocomplacencia
sean una consecuencia lógica del ostracismo y de la represión, algo por lo que
hay que pasar, pero también algo que hay que superar.
Y
una vez superada dicha etapa, creo que es el momento de la normalización y de asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos.
Pues eso es lo que somos: ciudadanos normales y corrientes, tan normales y
corrientes como puedan serlo los heterosexuales, por más que algunos gays se
empeñen en exhibir en cada evento público el estandarte de la diferencia. Y
dentro de dicha normalización está la posibilidad de discrepar o de rechazar
ciertas actitudes gays que no nos gustan a muchos gays, sin que por ello
tengamos que ser vilipendiados o anatemizados, ya que
nadie tiene el monopolio ni la patente de lo que es ser gay.