“HORRORES COTIDIANOS”

Por Pedro Menchén



(Fragmento)



3 de septiembre de 2013



Nelson, el tipo que se alojaba en la 106, se presenta en la recepción muy nervioso porque no llega el autobús del aeropuerto. Me temo que lo ha perdido. A las 20:05 lo vi sacando las maletas del luggage room, cuando su hora de recogida era a las 20:00. Ahora son las 21:00 y está claro que no va a venir nadie a por él. El tipo culpa al hotel de su situación y exige una solución inmediata. Bueno, le digo, el transporte corre de su cuenta. Nuestra única responsabilidad con usted era el alojamiento. Cómo llega al hotel y cómo regresa a su casa es algo que no nos concierne en absoluto. Naturalmente, puedo ponerle en contacto con su agencia para que ellos le digan qué ha ocurrido y si pueden hacer algo por usted. El tipo me mira desconcertado, mientras marco el número del tour operador. Tiene un tic nervioso que no me gusta. Es de mediana edad, rubio, no muy atractivo, habla muy deprisa y se le traba la lengua. Desde el primer momento, me pareció un poco desequilibrado. No se relacionaba con nadie. Bebía demasiado y cada tres por dos perdía su tarjeta de todo incluido. Creo que es uno de esos tipos solitarios, patéticos, incapaces de integrarse socialmente. Cuando responden en su tour operador, le paso el teléfono. Oigo que habla de forma atropellada, incoherentemente. No parece que le entiendan o él no entiende lo que le dicen, a pesar de que en el otro lado de la línea también son británicos. De pronto, se enfada y empieza a gritar. Luego, cuelga de golpe el teléfono, se vuelve hacia mí y me señala con el dedo, como si yo fuese el culpable de todo. Quiere una solución ya, me dice. ¿Qué solución? Nosotros le dimos una habitación y eso es todo, le digo. El transporte hasta el aeropuerto y el vuelo mismo es cosa suya o de su agencia. Además, ha perdido el autobús por su culpa. Le vi sacar las maletas a las ocho y cinco minutos de la tarde. Es decir, debió de llegar a la parada sobre las ocho y cuarto, cuando debería haber estado allí antes de las ocho. Mi explicación le pone todavía más furioso. No entiende ni quiere entender lo que le digo. Para él el hotel, el transporte y sus vacaciones en Benidorm, son una única cosa, un todo indisoluble, seguramente porque hizo un único clic y un único pago cuando confirmó su reserva. Además, niega que haya perdido el autobús. Simplemente el autobús no ha venido, que es algo muy distinto. No ha venido y le ha dejado tirado. Y el hotel debe proveerle ahora de transporte gratuito hasta el aeropuerto. El tipo no quiere razonar. No hace más que señalarme con el dedo. Empiezo a percibir signos de violencia en sus gestos. Temo que se lance sobre mí de un momento a otro. Recuerdo a aquel recepcionista del hotel Malibú que fue atacado por un cliente y acabó en un hospital con un brazo roto. Dios mío, me digo, este tipo está loco. ¿Qué voy a hacer? Yo no sé cómo se controla a un loco. No tengo ningún plan de autodefensa si me ataca. Por suerte, pasa Kattie en ese momento por la recepción, percibe que algo va mal entre Nelson y yo y (como es una cotilla y quiere enterarse de todo) se acerca a ver qué pasa. Le explico brevemente la situación. Quizá ella, al ser británica, le inspire más confianza que yo a este tipo y consiga hacerle entrar en razón, me digo. Kattie le repite lo mismo que yo: la única responsabilidad del hotel era alojarle; el transporte hasta el aeropuerto corre de su cuenta; perdió el autobús por su culpa… No, yo no perdí el autobús, dice el tipo. El autobús no vino, que es algo muy distinto. Además, es responsabilidad del hotel proveerme de transporte hasta el aeropuerto. Kattie dice que no. El hotel es una cosa y el transporte otra. Si ha perdido el autobús, es su culpa. Nosotros lo único que podemos hacer es ponerle en contacto con su agencia y… El tipo se exaspera. Empieza a gritar. No, no ha perdido el autobús. El autobús no ha venido. El autobús le ha dejado tirado. El hotel es responsable de su situación. Y entonces, súbitamente, parece perder la cabeza. “Búscame una solución o acabaré contigo”, le dice a Kattie. “Voy a ir a por ti. Conseguiré que te echen de esta empresa”. “Yo intento ayudarle”, le dice Kattie, sin perder el control, “pero no va a conseguir nada con amenazas”. “¡Maldita puta!”, le dice él. “¡Voy a ir a por ti! ¡Haré que te echen de esta empresa! ¡Te lo juro, voy a ir a por ti!” Kattie le deja con la palabra en la boca y el tipo se vuelve de nuevo hacia mí, señalándome con el dedo. Yo le contemplo completamente aterrorizado. ¡Joder!, me digo, ¿cómo he podido llegar a esta situación? Yo no me merezco esto. Nunca pensé que esta profesión fuese de alto riesgo. “Mire”, le digo al tipo, consciente de que estoy gastando mi último cartucho, “su única opción es un taxi para el aeropuerto. Le costará unos setenta euros”. “¡Setenta euros!”, exclama Nelson con un bufido. “¡Yo no tengo setenta euros! ¡Yo no voy a pagar setenta euros!” “Es su única opción”, repito con calma. “Escúcheme, por favor. No puede perder más tiempo. Si pido ahora mismo el taxi, vendrá en dos minutos y estará en el aeropuerto en menos de una hora. Ya va muy retrasado. Son las nueve y cuarto y debería haber salido de aquí a las ocho. Si pierde el vuelo, le va a costar muchísimo más dinero”. El tipo se queda pensativo un segundo, dos segundos, tres segundos, cuatro segundos… Entonces suspira profundamente y dice: “De acuerdo, pida el taxi”.