DIARIO DE UN ESCRITOR FRUSTRADO

 

Por Pedro Menchén

 

 

Benidorm, 11 de febrero de 1980

 

Dice Miguel Delibes en una entrevista que se le hace en El País Semanal del 6 de enero: “Toda la vida he sido religioso. (...) He creído siempre, me siento mejor instalado en esa fe. Además, que este don de la fe es un privilegio, un asidero estable. De los pocos asideros estables que vas encontrando ya”.

            ¿Qué es, en resumen, lo que nos dice Delibes de la religión y de la fe? Nada que justifique su creencia en ellas, pero sí algo que justifica su utilidad: la religión y la fe son “un asidero estable”. Con ellas Delibes se siente “mejor instalado” en la vida.

            La mayoría de los creyentes que conozco creen porque así se sienten más seguros, más protegidos, no porque tengan pruebas de la existencia de Dios. Además, la creencia en Dios o en el Más Allá, etc. son siempre halagadoras, seductoras para el género humano: hablan de inmortalidad y de esas cosas bonitas a las que los espíritus débiles y vanidosos no pueden resistirse. Por otro lado, la creencia en la inmortalidad implica un cierto abandono y una cierta relajación intelectual: uno ya no tiene que pensar por sí mismo acerca del sentido de las cosas. Naturalmente, esta actitud produce en quien la practica una hipertrofia mental de consecuencias desastrosas. Entre otras, graves secuelas de estupidez colectiva difíciles de desarraigar, dado que el tema Dios sigue siendo, en nuestra sociedad y en nuestro tiempo, un tema respetabilísimo, de forma que la gente puede decir las mayores idioteces en su defensa sin que nadie se atreva a considerarlas como tales.

            Con gran agudeza, pregunta la periodista a Delibes: “Es decir, ¿qué si Dios no existiera, habría que inventarlo?” En su respuesta anterior Delibes había estado a punto de caer en su propia trampa y ahora se defiende con algo que parece irrefutable: Dios, dice, “es una evidencia”. Pero a continuación comete el error de querer explicarnos tal evidencia: “Es que no creo que se pueda construir una criatura tan perfecta, tan reflexiva, para tan corto número de años. Tenemos que poder satisfacer una serie de aspiraciones como son el absoluto, la justicia...”

Esa criatura tan perfecta y tan reflexiva, naturalmente, es el hombre y los setenta y cinco años de media que vive un europeo le parecen “un corto número de años”. Conclusión: Dios existe porque hay una criatura que es muy perfecta y muy reflexiva que vive solamente unos setenta y cinco años y debe satisfacer una serie de aspiraciones como son el absoluto y la justicia. Es decir, que Dios debe existir para dar satisfacción al hombre. No es Dios quien justifica la existencia del hombre, sino el hombre quien justifica la existencia de Dios. Es el argumento general de todos los creyentes. Se apoyan primero en el hombre como prueba irrefutable de la existencia de Dios y con ello mismo desvelan su propia falsedad, su propia egomanía: no creen realmente en Dios, sino en el hombre.

Ni siquiera se digna incluir a los demás animales en el grupo de las criaturas tan “perfectas”. Pero el mismo Delibes reconoce lo endeble de su creencia. “Tengo un poco la fe del carbonero —dice—. Mis ideas sobre el tema son elementales. Porque no soy hombre aficionado a las lecturas teológicas o filosóficas”. ¿Para qué habría de calentarse la cabeza pensando en tales cosas si ya tiene un asidero? Con decir que Dios es una evidencia están resueltos todos los problemas.

Respecto a la pregunta de por qué sólo caza animales pequeños y no grandes, Delibes responde: “La caza mayor no puedo matarla. Es estúpido, quizá, pero depende del grado de evolución del animal. Yo no puedo matar a un corzo, a una cabra hispánica; tienen los ojos muy humanizados”.

De manera que la vida es sólo respetable en la medida en que ésta parece estar humanizada, en la medida en que tiene algo que ver con el hombre. Naturalmente, ya que el hombre es el centro de la naturaleza (y justifica la existencia de Dios). El patrón de la naturaleza es el hombre. Con él se cotejan todas las cosas y según se aproximen o se distancien de él así son de respetables o de despreciables. Matar a una perdiz no supone ningún problema moral para Delibes, puesto que ésta en nada se parece al hombre (ni siquiera en los ojos); sin embargo, un corzo puede tener unos ojos “muy humanizados” y el hecho de matarlo supondría un gran peso de conciencia para él. Las criaturas no tienen valor o dignidad por sí mismas, sino únicamente en la medida en que se parecen al hombre. He aquí el orgullo, la arrogancia, la megalomanía y el humanismo de los creyentes.

Con gran agudeza advierte la periodista: “Pero la perdiz está tan viva como el corzo”. Delibes responde: “Sí, sí, sí, sí. No, no, no, no. Mira, cuando veo muertos a estos animales me parecen cadáveres, mientras que las perdices me parecen bodegones. Una perdiz colgada de una percha es un elemento bello. Un ciervo herido solamente me produce la sensación de la muerte. (...) La agonía de un bicho de esos debe ser horrible. El único animal grande que me atrevería a matar es el jabalí. No sé por qué; tal vez por su baja calidad morfológica”.

Resulta, pues, que un corzo muerto parece un “cadáver”, un cadáver humano quiere decir (según Delibes, no hay más cadáveres que los humanos), mientras que una perdiz muerta no es un cadáver, sino un “bodegón”, un “elemento bello”. Conclusión: sólo hay que respetar la vida susceptible de parecer humana. Además, hay otros patrones de tipo estético si queremos decidir sobre la vida o la muerte de los animales. Es decir, si se trata de elementos bellos o si tienen “una baja calidad morfológica”. Para Delibes la ética es la estética. Es lo único que puede tener en consideración (la estética) cuando se sale del ámbito humano, ya que la ética sólo es aplicable entre humanos.

“Un ciervo herido solamente me produce la sensación de la muerte”, de la muerte humana, ya que ésta es la única muerte. Un cadáver es un cadáver humano y una muerte es una muerte humana. Si no son humanos, no son cadáveres ni son muertes. A lo sumo, son “bodegones”, “elementos bellos”.

“La agonía de un bicho de esos debe ser horrible”. Debe serlo en tanto y cuanto tiene unos “ojos humanizados”, pero las perdices o los jabalíes, cuyos ojos no están humanizados, no tienen muertes horribles. Pasan de la vida a la muerte sin sentirlo, sin lamentarlo... ¡Bravo por Delibes!