CUANDO LA POESÍA
NACE EN LAS AULAS
Comentarios
sobre el último libro de Pascual-Antonio Beño
Por Pedro Menchén
Lanza
(Ciudad Real)
10
de Junio de 1984
Pascual Antonio Beño rodeado
de sus alumnos, curso 1963/64. Pedro Menchén es el niño que agarra la cuerda.
Acaba
de editarse (el día 12 de abril, en Valdepeñas, fue la presentación) el libro
de poemas de Pascual Antonio Beño, “Fernando”. Se trata de una edición para
bibliófilos, una carpeta con hojas sueltas, designadas con letras, de tirada
limitada y ejemplares numerados. Lo edita, en Valdepeñas, el grupo que dirige
la colección “Hacia afuera...”, entre cuyos promotores se encuentra Ambrosio
Cecilio Moreno.
Es admirable y, por supuesto,
encomiable que puedan publicarse obras de este tipo en colecciones artesanales
de presentación tan cuidada, aunque, lamentablemente, su número sea tan
reducido que apenas si puedan adquirirlas los allegados y amigos, bien sea de
los editores o del poeta. Lamentable es ya que, al menos en este caso, la
poesía de Pascual Antonio Beño no es en modo alguno elitista o voluntariamente
minoritaria, sino evidentemente popular, dicho esto en el mejor sentido de la
palabra.
“Fernando” es un libro ya viejo en
la producción del autor (tiene sus veinte años cumplidos), aun cuando éste sea
el momento en que, por fin, vea la luz. Los verdaderos amantes de la poesía
lamentarán no haber podido leerlo antes y, por supuesto, aquellos que hoy
todavía no van a poder leerlo (dada la escasa tirada y difusión) lo lamentarán
en su día. Se trata, sencillamente, de un libro entrañable que el autor (por
razones que ignoro) no había dado a conocer a la opinión pública.
“Pero ¿quién es Fernando? Fernando
–dice su autor– es Miguel, Luis, Pedro, Ramón, Juan, Antonio... Fernando son
todos los alumnos que en vida de maestro he tenido”. Como es sabido, Pascual
Antonio Beño es poeta, pero también profesor (aunque no pertenezca a la
generación de profesores-poetas, sino a la de poetas-profesores). El autor de
“Barro y soplo” es de esa clase de autores para los que la poesía es antes que
la palabra, el sentimiento antes que la forma y la persona antes que la
profesión o función social del individuo. Por eso, Fernando es un alumno (el
poeta irreductible que había dentro del profesor no podía ignorarlo), pero ante
todo y sobre todo, Fernando es un niño y, por ello, es al niño (al futuro
hombre) al que Beño alecciona y aconseja (poéticamente, por supuesto, más que
moralmente) en su difícil aprendizaje de la vida, y así concluye en uno de sus
poemas: “Obrero soy, Fernando, de ti mismo. / El fin de mi trabajo: que seas
hombre”.
Sorprende que este libro (con veinte
años de vida, como digo) se mantenga tan joven y tan actual. Pero es que los
niños siempre son actuales y también, desgraciadamente, la opresión psicológica
que los mayores ejercemos sobre ellos con nuestro comportamiento ruin e
interesado. Por ello, todo lo que aquí se sugiere y plantea es imperecedero y
universal: El niño tiene derecho a seguir siendo niño, nadie puede arrebatarle
sus dones más preciados, como son la inocencia y la bondad.
Ya en los años sesenta, el mundo
vivía una tremenda eclosión social, muchos valores se habían derrumbado y el
hombre se hallaba desamparado ante el reto que suponía el ejercicio de su
propia voluntad. Fue por entonces cuando Sartre dijo: “El infierno son los
otros”; y un poeta existencialista como Beño no podía permanecer indiferente
ante una afirmación tan terrible como esa, por ello escribió un poema de
indudable inspiración cristiana (aunque ya sabemos que el cristianismo en Beño
es más filosófico que religioso, más sentimental que dogmático), cuyo último
verso terminaba diciendo: “... el paraíso son los otros”. No hay duda de que de
ahí se desprende una voluntad de optimismo bastante irracional. Pero es obvio
también que ningún poeta auténtico puede serlo jamás si no derrocha un poco de
optimismo ante las situaciones más adversas, aun a costa del juicio más
racional.
Los niños tienen derecho a seguir
siendo niños, desde luego, pero los poetas también tienen derecho a seguir
siendo poetas.
¿Y qué es el ejercicio poético sino
una oposición deliberada a la realidad? (el error de los poetas sociales es que
confunden realidad con política, cuando la política es solo una parte muy
limitada de la realidad). En el caso concreto de Beño (y más exactamente en el
libro que nos ocupa, “Fernando”), creo que podemos apreciar muy bien esa
dicotomía psíquico-existencial, esa lucha dialéctica entre el deseo y la
realidad, entre lo que es y lo que anhelamos: por un lado, Beño nos hace una
exposición de la realidad y, por otro, nos propone el rechazo de la misma a
través de sugerencias metafóricas cuyo objetivo no es otro que el de hallar una
nueva realidad. En general, éste es un esquema muy repetido en su obra poética,
pero tiende a acentuarse en “Fernando”. Cada poema plantea, además de un
argumento distinto de la realidad, una circunstancia o una panorámica del
entorno humano. Probablemente, hay en este libro cierta dosis de brutalidad.
Beño no se anda con ñoñerías con los niños. Sabe que el conocimiento del mal es
el mejor inductor del bien. Antes de enseñarles moral, antes de darles
consejos, prefiere ser honrado y mostrarles las miserias humanas, incluso las
suyas propias, que también las tienen: “Eres pequeño aún y, sin embargo, / ya
tienes que enfrentarte con los otros: / con ese compañero que te ha quitado el
lápiz, / con el que, sin motivo, provoca una pelea, / con aquel que te envidia
y te hiere...”
Hubiera sido mucho más fácil hacer
poesía rosa para los niños, culpar quizá de todas las cosas a los mayores o,
por extensión, querer responsabilizar de todo cuando sucedía a un régimen
político, siquiera fuera tácitamente (en los años sesenta eso hubiera sido
fácil, a pesar de todo), pero es evidente que nuestro poeta tenía una visión de
la realidad mucho más amplia y mucho más ecléctica y, mientras que a algunos
poetas de su generación sólo les preocupaba el franquismo, a Beño, más que
nada, le preocupaba la condición humana. El franquismo era sólo una parte de la
realidad, como lo es siempre toda política. Los poetas sociales (y en general
los malos poetas) son aquellos que confunden política con realidad. Hacer
poesía nunca puede consistir en hacer oposición política, sino en hacer
oposición a la realidad. La realidad toda nunca puede ser suficiente para un
buen poeta. Éste necesita inventar otra realidad.