VISIBILIDAD Y PODER

 

Por Pedro Menchén

 

GayBarcelona

Mayo, 2005

 

 

Un amigo mío norteamericano me decía hace poco que las editoriales de su país no aceptan muchas novelas gays porque lo gay está pasado de moda y añadía: “La gente piensa que los gays tenemos ya demasiado y todo el mundo está cansado de nosotros”. Mi reaccioné fue de  furiosa indignación, no contra él, naturalmente, sino contra el estado de opinión de la sociedad norteamericana: ¿Quién tenía derecho a cansarse de nosotros?, le dije. Eso es tanto como afirmar que los blancos se han cansado de los negros o los negros de los blancos, etc. Ya hubo alguien que se cansó una vez de los judíos y todos conocemos el resultado. Pero la cuestión es: ¿están acaso los gays cansados de sí mismos? O mejor aún, ¿están los gays cansados de los heterosexuales o tienen derecho alguno a estarlo? No, claro. Entonces, ¿qué es eso de que ya no estamos de moda? Nosotros, los gays, nunca hemos sido una moda efímera o pasajera, como un baile o una forma de vestir. Nosotros, los gays, somos una realidad ineludible. Hemos existido siempre y seguiremos existiendo hasta el fin de la humanidad. Somos una minoría importante dentro de la sociedad, una minoría como la comunidad negra, judía o hispana en los Estados Unidos, y la sociedad (le guste o no) tendrá que acostumbrarse a nosotros y aceptarnos por narices.

Si Hitler no pudo acabar con los judíos después de exterminar 6 millones de ellos, mucho menos podría nadie acabar con nosotros o silenciarnos. Pues nosotros ni siquiera somos un pueblo. No estamos agrupados, como ellos, en guetos ni tenemos señas comunes identificables. Nosotros estamos proporcionalmente diseminados por todos los pueblos de la Tierra, somos de todas las razas, de todas las lenguas y de todas las religiones, no nos reproducimos nosotros mismos para perpetuar la sociedad gay, sino que son los mismos heterosexuales quienes nos dan la vida y nos la seguirán dando por siempre jamás. Son ellos los responsables de nuestra existencia (bien que les pese), así que, de qué nos acusan, de qué se quejan. Pero si no se libran, ay, ni las mejores familias, esas familias tan puritanas, tan católicas y tan de derechas. También ellas aportan a la sociedad su buen porcentaje de gays. Si es cierto que somos un 10 por ciento de la sociedad, en España debe de haber unos 4 millones. ¿Se ha preguntado alguien sobre el poder que tienen esos millones de votantes?

El problema, en realidad, no es el rechazo que podamos sufrir de los heteros, sino el hecho de que tantos y tantos gays sigan todavía en el armario y no se hayan han dado cuenta del poder que tienen. No comprenden que con su voto podrían poner o quitar gobiernos, ya que, ante el temor de perder el poder, los políticos cambiarían enseguida de actitud y comenzarían a proteger y a adular a los gays, en vez de perseguirlos o humillarlos. Pero, naturalmente, para que eso ocurra, lo primero que habría que hacer es plantar cara al sistema, salir del armario masivamente y hacernos bien visibles. Hasta que la sociedad se acostumbre a nosotros en todas partes y nos acepten de una puñetera vez con la misma naturalidad con que un blanco acepta a un negro, un gentil a un judío, un creyente a un ateo o un gordo a un flaco.

Es muy curioso que, ante una propuesta de ley tan revolucionaria como es la del matrimonio gay, no se haya originado ninguna reacción contraria por parte de la sociedad española, que no haya habido broncas ni manifestaciones en la calle, etc.* Nadie ha dicho nada, salvo la Iglesia, claro, pero ¿a quién le importa la opinión de la Iglesia? No comparten su opinión ni siquiera la mayoría de los católicos (tantos de ellos gays). El tema ha sido ya aceptado y asumido por la sociedad. De hecho, ser antigay es impopular en España. Ningún partido político se atreve a oponerse abiertamente a los derechos de los gays porque saben que eso les restaría votos. ¡Pero si hasta el PP ha presentado su propio proyecto  de ley para regular las parejas entre personas del mismo sexo! No lo hicieron cuando gobernaban porque hubiera sido ir en contra de su propia naturaleza, pero no quieren cometer ahora un error histórico y que les echen en cara algún día haberse opuesto abiertamente a una ley que el parlamento aprobará de todos modos, con o sin sus votos.

¿Qué es lo que ha ocurrido en España para que hayamos llegado a una situación semejante? En los años 30 del siglo pasado éste país era tan intolerante (a Lorca lo mataron “por rojo y por maricón”), que se sumió durante tres años en una guerra civil, cuyo resultado fue un millón de muertos. Este era un país profundamente machista y homófobo y ahora, 70 años después, sin saber cómo ni por qué, resulta que nos hemos convertido en una de las sociedades más abiertas, progresistas y tolerantes del mundo. ¡Vamos a ser el tercer país del planeta que aprueba una ley de matrimonio gay (incluido el derecho a la adopción, algo que no contempla siquiera una ley similar en Bélgica) y todo ello porque la sociedad ha asumido y ha aceptado ya la realidad homosexual en España. La ha asumido y la ha aceptado, cuando en otros países con mayor tradición democrática, como Estados Unidos, la homosexualidad es sólo “una moda” que dura ya demasiado y de la que algunos empiezan a cansarse…

Todo ello ha sido posible en España gracias a la valentía de tantos hombres y mujeres (desde ciudadanos corrientes hasta curas o militares, actores o cantantes, pasando por escritores, presentadores de televisión…) que, durante estos últimos años, han plantado cara a la sociedad con osadía y perseverancia para hacer valer el derecho inalienable de cada individuo a ejercer libremente su propia sexualidad. Hombres y mujeres que hoy, como nunca, son conscientes ya del poder que tiene su voto en una sociedad democrática. Algo que no olvidarán los políticos por la cuenta que les tiene.

 

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* Este artículo, obviamente, fue escrito antes de que comenzasen las movilizaciones y manifestaciones del Partido Popular en contra de la legalización del matrimonio gay. Nada hacía pensar tampoco que en Estados Unidos (donde gobernaba aún George W. Bush), pronto empezarían a regularizarse, en algunos lugares como Massachusetts, las uniones entre personas del mismo sexo. (N. del A.)