A PROPÓSITO DE LA LITERATURA GAY

 

Por Pedro Menchén

 

Cogam Entiendes?

Junio de 2002

 

 

Ahora que estamos en pleno debate sobre la existencia (o no) de una supuesta literatura gay, me gustaría hacer aquí algunas observaciones y exponer al lector interesado mis puntos de vista sobre el asunto.

La primera constatación que habría que hacer es que, efectivamente, se publican últimamente en España muchos libros de temática gay (el por qué es algo que habría que estudiar y analizar en otro momento). Pero ¿significa eso que ese tipo de literatura es un género en sí mismo? Yo creo que no. Existen, sí, libros de ficción (relatos o novelas) escritos por homosexuales con personajes homosexuales, pero del mismo modo que existen libros de ficción (relatos o novelas) escritos por heterosexuales con personajes heterosexuales, y no por ello consideramos la literatura heterosexual como un género en sí mismo. Diferenciar unos libros de otros por la tendencia sexual de sus autores o de los personajes de sus libros es tanto como diferenciar a los autores negros de los blancos, a los judíos de los gentiles, a las mujeres de los hombres, a los jóvenes de los viejos o los feos de los guapos, etc. Es decir, implicaría una forma de racismo y de automarginación bastante peligrosa. Creo, pues, que no existe la literatura gay como género, del mismo modo que no existe la literatura heterosexual como género. Simplemente existen libros buenos o malos, al margen de la tendencia sexual de sus autores o de los personajes de sus libros.

El problema de fondo es que le concedemos todavía demasiada importancia a la tendencia sexual de cada uno o, mejor dicho: a la tendencia homosexual. Los heterosexuales, sobre todo, se la conceden al ser ellos mayoría y considerar que la suya es la tendencia sexual normal, pero también nosotros le concedemos demasiada importancia a nuestra propia homosexualidad, y mientras que no le quitemos trascendencia e importancia al asunto, mientras que no vivamos con naturalidad nuestra homosexualidad, seguiremos considerándonos a nosotros mismos personas diferentes, especiales, atípicas. Y, por supuesto, todo lo que hagamos (incluida la literatura) será diferente, especial, atípico. Entiendo que los heterosexuales, por descuido o por inercia, caigan a veces en ese error, pero no es algo que podamos permitirnos nosotros. Nos guste o no, somos personas tan normales y corrientes como ellos.

            Alguien podría preguntarme si debería existir entonces un premio de literatura gay. Yo podría decir interesadamente (¿quién es absolutamente objetivo?): “Sí, ¿por qué no? Un premio de literatura gay es un premio como cualquier otro y ayuda a mucha gente a darse a conocer, etc.” Entonces, el supuesto entrevistador podría decir parafraseándome: “Sí, pero no hay un premio de literatura para heterosexuales...” Ahí me dejaría noqueado un instante, pero seguro que yo reaccionaría a tiempo y diría con cinismo: “¡No, no lo hay, ni debería haberlo tampoco! No se puede comparar una situación con otra. Los heterosexuales no han sido nunca perseguidos por el hecho de serlo, etc.” Sí, ya sé. Es fácil caer en el victimismo. Pero lo cierto es que todavía, en España, en Europa, en los estados más modernos del mundo (de los otros, para qué hablar), los homosexuales están obligados a hacer un sobreesfuerzo para conseguir que se cumplan sus derechos más elementales. Los heterosexuales, sin embargo (y yo me felicito de ello) no tienen que hacer ningún esfuerzo para que se garantice su opción sexual. He ahí la diferencia. Nosotros tenemos que estar demostrando cada día, en cada momento, en cada segundo, que no somos unos monstruos, que somos personas normales y corrientes, mientras que ellos sólo se ocupan de vivir sin más. He ahí la diferencia. Por lo demás, que exista un premio de literatura gay no significa que haya que considerar un género esa clase de literatura.

Lo ideal, en definitiva, sería que no existiera el día del orgullo gay o un premio de literatura gay. Lo ideal sería que ni siquiera se hablara del tema, que no existiera el tema. Es decir, que ser homosexual fuera exactamente lo mismo que ser ateo o creyente, de izquierdas o de derechas. Pero falta bastante para conseguir eso. La realidad (a pesar del privilegio de ser europeos y de lo mucho que ya hemos conseguido) está muy lejos de ser ideal. Todavía hay prejuicios, muchos prejuicios. Y existe la homofobia pero no la heterofobia. Y mientras que exista la homofobia y no la heterofobia, nunca podremos hablar de igualdad ni de normalidad. Por ello no estoy a favor de un supuesto premio de literatura heterosexual, pero sí estoy a favor de un premio de literatura homosexual, pues un premio de este tipo (como el día del orgullo gay, por ejemplo, aunque yo no simpatizo demasiado con ese evento, sobre todo por la forma en que se lleva a cabo) contribuye de algún modo a reafirmar nuestros valores, nuestra razón de ser y nuestra dignidad.

            No hace mucho hablaba yo de la autocomplacencia de los homosexuales, que existe lamentablemente. Pero también existe la autocomplacencia heterosexual. ¡Y en mayor medida incluso que la homosexual! Por ejemplo, los homosexuales leemos todo tipo de literatura. No tenemos ningún prejuicio con respecto a la literatura o el cine heterosexual. Podemos disfrutar leyendo Lolita, Madame Bovary o Las amistades peligrosas. Sin embargo, pocos heterosexuales se acercarían a las páginas de Las amistades particulares o verían Muerte en Venecia sin prejuicios.

Nosotros, por la cuenta que nos tiene, debemos luchar cada día para conseguir el respeto y la igualdad. Nos vemos obligados siempre a estar en guardia, a romper trabas, recelos y prejuicios por todas partes (y sólo somos seres humanos, no héroes), pero también habría que pedir a la comunidad heterosexual que hiciera ella, a su vez, un pequeño esfuerzo de acercamiento, que nos facilitara el camino de la integración, pues la integración, la cohabitación es o debería ser nuestro destino, no el apartheid o el ghetto. Tal vez entonces no serían necesarios el día del orgullo gay o el premio de literatura gay. Sin duda alguna, todos seríamos también mucho más felices.