CARTA ABIERTA A UN EXTRANJERO

 

Por Pedro Menchén

 

La Tribuna (Ciudad Real)

5 de junio de 2000

 

(Este artículo se publicó también en El Caribe, República Dominicana, con el título

Carta de un español a un emigrante, el 6 de agosto de 2001).

 

 

Querido amigo extranjero:

Ya sé hasta qué punto es absurda esta carta: probablemente tú, el más interesado, ni siquiera la leas, no ya porque no tengas la curiosidad o la oportunidad de hojear este periódico, sino sencillamente porque tal vez ni siquiera conoces mi lengua. No obstante, y a pesar de todo, voy a asumir el reto de escribirte, ya que estoy cansado de mirarme el ombligo y de creer que lo mío, mi problemática, es lo único importante. Y no es verdad, amigo mío, ya que, ante todo, soy una persona y, como tal, nada de este mundo puede serme ajeno.

            Y no me es ajeno el terrible problema en que te encuentras. Ya sabes a qué me refiero. No sólo por los últimos acontecimientos de El Ejido o por aquellos otros del Maresme (que me llenan de vergüenza), sino también por tu angustia de expatriado, de indigente, de marginado, por tu soledad, por tu incomunicación y por el hecho mismo de sentirte exótico sólo por tener acaso un color de piel diferente, cuando tú sabes bien en tu interior que no eres nada exótico ni diferente, sino idéntico, exactamente idéntico, a cualquier otro ser humano.

            Antes de nada, querido amigo extranjero, quiero darte las gracias por haber venido a este país. Sí, lo has oído bien: he dicho GRACIAS. No sólo no me molesta tu presencia, créeme, no sólo no me perjudica, sino que me honra, me agrada, me beneficia y hasta me alegra. De verdad, estimo y valoro tu decisión de elegir este país, en vez de cualquier otro, agradezco el hecho de que te hayas molestado en venir aquí y quisiera, por tanto, que te sintieras como en tu propia casa, que hagas de este país tu casa y que le imprimas tu estilo y tu personalidad, tu energía, tu entusiasmo y tu vitalidad.

            Has llegado aquí y lo primero que quieres es trabajar. Y yo abogo por ello. No sólo quiero que encuentres un trabajo, cualquier trabajo, sino un buen trabajo, el mejor trabajo posible, según tu ingenio o tu capacidad. Ya sé que hay gente que se queja de ello. Piensan que les robas el trabajo. Pero nada más lejos de la verdad. Tu trabajo genera trabajo, genera riqueza, y tu aportación a la maquinaria laboral nos beneficia a todos, incluso a los parados. El trabajo no es algo estático, algo que se pueda dividir y contar, no es algo tan simple como eso. El trabajo es una energía viva, dinámica y aleatoria, cuyos resultados pueden ser milagrosos. Así que no te sientas culpable por trabajar ni pienses que robas nada a nadie. Al contrario. Exige tus derechos, exige trato igualitario y trabaja, trabaja, trabaja... El trabajo redime de la miseria y de la marginación, de la angustia y de la frustración. El trabajo dignifica a la persona y hace avanzar a la sociedad. Tu beneficio será también el beneficio y la riqueza de este país. Lo dicen ya los estadistas y los economistas: España necesita de mano de obra foránea si no quiere arruinar su estado del bienestar. Pero no es preciso saber mucho de economía para comprender que tú también consumes (sobre todo si trabajas y percibes un sueldo) y que con tu demanda de mercancías y servicios estás generando más trabajo y, por lo tanto, más riqueza. ¿No era España mucho más pobre cuando tenía menos habitantes hace veinte, treinta o cuarenta años, por ejemplo? ¿Y cómo, si había menos gente entonces, no tenían todos trabajo? ¿Y cómo países más pequeños que éste, con más habitantes (y más extranjeros), como el Reino Unido o Italia, son aún más ricos? ¿No nos quejamos acaso de que hay pocos nacimientos en este país? ¿Pues por qué no hacer cuenta de que vosotros habéis nacido aquí? ¿Y cómo es posible que Estados Unidos, un país fundado por extranjeros e invadido habitualmente por extranjeros, sea el país más rico del mundo, el más poderoso y el más dinámico culturalmente? ¿No será quizás gracias a esos mismos extranjeros que se aventuraron a ir allí, que llevaron a aquel lugar su energía, su entusiasmo y su creatividad?

            Pero, al margen del asunto económico, al margen del asunto puramente demográfico o político, quiero, querido amigo extranjero, darte la bienvenida a este país en un sentido mucho más humano, ya seas marroquí, nigeriano, dominicano o polaco, ya seas chino, árabe, negro, eslavo o mulato, quiero darte la bienvenida y pedirte disculpas en nombre de esa gente estúpida que no ha sido contigo lo suficientemente amable. Son una minoría, sí, pero ya se sabe que las minorías ruidosas se hacen notar más que las mayorías silenciosas.

Creo sinceramente, querido amigo extranjero (y perdona por este sermón de filosofía barata), que la Tierra es de todos, un lugar en el que los seres vivos estamos de paso y donde no deberían existir las fronteras políticas, ya que hace tiempo que desaparecieron las fronteras naturales. La vida en este país puede ser muy hermosa si tú te quedas a vivir aquí con nosotros, si tanto tú como yo aprendemos a convivir y a respetarnos, si trabajamos con alegría y entusiasmo, codo con codo. Vosotros habéis hecho con vuestra presencia que la vida aquí sea más dinámica, más colorista y más diversa. Habéis traído nueva sangre y con ella nueva savia, nuevas fuerzas y nuevas esperanzas.

            Yo también soy un extranjero en mi propia patria y por eso te entiendo. Yo también soy diferente y exótico para algunos (aunque maldita la gracia que me hace). El mundo no es perfecto, ya lo sé, pero podemos y debemos cambiarlo.

            Así que, querido amigo extranjero, no quiero que te sientas más un extranjero. No quiero, cuando te cruces conmigo, que me mires con desconfianza o con recelo. No quiero que me consideres tu enemigo, sino tu amigo, tu compatriota y tu hermano.

Bienvenido seas, pues, a este país. Pasa y ponte cómodo, por favor. Estás en tu casa.